11 mayo 2023 AITOR DARIAS
La dinastía sigue viva. En su primer duelo a vida o muerte de la eliminatoria, los Golden State Warriors cumplieron con su condición de locales y lograron imponerse a los Lakers por 121-106 para garantizar que la serie vuelva a Los Ángeles. Allí, los de San Francisco tendrán la verdadera prueba de fuego, pues tendrán que sobreponerse a un ambiente contrario y a sus problemas a domicilio si quieren poder seguir diciendo en voz alta que ningún equipo del Oeste ha conseguido doblegarles en la era Kerr.
El de esta madrugada parecía uno de esos encuentros que no aceptan otro guion que una victoria local. Obligados a responder, los Warriors salieron en estampida y dejando claro que no tenían la menor intención de cerrar su temporada hoy, con un parcial de salida de 17-5 que lanzaba un mensaje unívoco de que hay vida a pesar del 3-1. Se les veía agresivos, intensos, rápidos. Un equipo que quiere, que cree. Que sueña, que aspira.
Pero delante había unos Lakers que se han llevado tantos puñetazos esta temporada que son capaces de soportar unos cuantos más. Lejos de dejarse ir y tener la mente ya puesta en el Game 6 en casa, los de Darvin Ham aceptaron la propuesta e hicieron todo lo posible por mantenerse en un partido que se empeñaba en decirles que hoy no era su día. Y es que, aunque respondieron eficazmente al primer parcial, no fueron capaces de seguir el ritmo toda la noche, pero eso no les hizo bajar los brazos por muy tolerable que fuese en el contexto de la serie. Cada vez que el Chase Center estallaba en júbilo e intentaba adelantar la celebración, llegaba una canasta que obligaba a ser cautos. Que recordaba que delante hay un equipo serio. Que a estos Lakers hay que matarlos porque ya no mueren solos.
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Pintura abierta
Pero hoy los Warriors habían salido a matar. Los de Kerr dieron continuidad a su plan para sacar a Anthony Davis de la pintura todo lo posible, llevándole continuamente al pick & roll sobre Stephen Curry para obligarle a cambiar de marca y tener que alejarse de la canasta. Y sin su protector de aro allí, la defensa de los angelinos cambia. Golden State ha ido encontrando cada vez más formas de hacerse camino hasta la zona y en esta ocasión logró anotar en ella 50 de sus puntos, tanto por su capacidad para sacar a La Ceja como por su velocidad en transición.
Y es que ese fue otro de los aspectos clave: el ritmo. Los Lakers han vencido en los tres partidos de la serie que más lento se han jugado, y, consciente de ello, Golden State buscó acelerar desde el inicio. Con su velocidad habitual, los locales fueron los encargados de marcar el tempo, obligando a los angelinos a regresar rápido tras cada posesión y castigándoles cada vez que no estaban lo suficientemente atentos o que, con el paso de los minutos, sus piernas no se lo permitían.
Stephen Curry fue tan importante como de costumbre en esta faceta, orquestando una ofensiva que era otra cada vez que el base se tomaba un descanso. Con 27 tantos y 8 asistencias, lideró a los suyos en ambas facetas y se encargó de responder a cada intento visitante de reducir distancias, pues cuando los Lakers, que habían estado 18 abajo, se colocaron a menos de 10 por primera vez en toda la segunda parte, fueron 7 puntos consecutivos del base los que sentenciaron el duelo.